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Habitáculo

Texto por Loreta Castro, aprendiz de cófrade bordadora para la materia Bordado Arquitectónico.


Durante años he trabajado el territorio. He aprendido a leer su forma desde un mapa, con

fotografías aéreas, buscando referentes, creando relaciones, conociendo su vegetación, mirando la incidencia solar, entendiendo los periodos de lluvia, los vientos, las estaciones... Incluso, he caminado el territorio, desde la mirada del profesional que lo diseña, que lo debe leer a través del lente poderoso

de quién puede intervenirlo.


Durante años, así me he acercado al territorio. Desde la mirada lejana, aunque el cuerpo esté presente. Desde la angustia que causa saberse responsable de actuar sobre él. Con cautela, con excesivo cuidado, con poca profundidad, con la mano temblorosa, con desconfianza en lo que he mirado, lo que he sentido, lo que mi cabeza ha podido comprender: con miedo.


¿El territorio? ¿A quién le pertenece?

¿El paisaje? ¿Quién lo compone?


La tierra, el suelo, el sitio el sitio al que pertenecemos, pero no necesariamente el que nos

pertenece. El espacio que nos construye, que nos define. La tierra se toca con la planta de los pies, se camina, se respira, se observa con detenimiento, se escucha. Se percibe con todo el cuerpo... el cuerpo que se asienta sobre un tronco, sobre el mismo suelo, para ser absorbida por él.


Ese lugar es la que descubrí hace poco, venciendo el miedo de la entrega total, dejándome caer por un pozo sin fondo, gozando la posibilidad de seguir cayendo, disfrutando esa caída hacia las entrañas de la tierra misma. Ahí, en el fondo del pozo me encuentro sentada, temblorosa, enrollada en mí misma. Y con cariño, me observo. Me detengo, me escucho, poco a poco dejo que los músculos se suelten, se suavicen, se extiendan. Ahí permanezco, abrazada por la tierra misma, como la raíz de un árbol.


Habitáculo
Habitáculo

Esa es la casa, el habitáculo, el vientre: la tierra misma. Cálida, oportuna, paciente. Sobre de

ella, dentro de ella, me extiendo, giro mi cuerpo, abro los ojos y puedo mirar. Observo el pozo, pero ahora hacia arriba. La luz al fondo del túnel que permite alcanzar el centro de la tierra pero que también crea la conexión de ese sitio con el universo mismo. Desde ese lugar de calidez, de protección y de abrazo siento el lugar, percibo su fuerza, y me permito transformar.


¿Qué significa transformar la tierra? ¿Tocarla levemente? ¿Rasgarla, moverla, organizarla,

dejarla llorar, recoger sus aguas, conducirlas, retenerlas y soltarlas nuevamente? Transformar con la conciencia y la confianza de tejer el suelo con el cielo. Con la sensibilidad y la fuerza con la que lo hicimos históricamente. Tomando, pero también devolviendo. Quitando, pero también sembrando.


Con operaciones de reciprocidad, creando ciclos, no destruyéndolos.

Desde el habitáculo todo se piensa, se enuncia, determina. Desde el centro de la tierra, fluyen las intenciones, se elaboran las ideas, mi cerebro se conecta con mi alma y con la del lugar que habito.


Habito profundamente, íntimamente, confiadamente.


Desde el habitáculo es posible crear porque ahí nace la montaña, crecen los árboles, se llenan los lagos. Desde ahí fluyen los ríos, emergen las rocas, se construye el ser que puede sentir, que puede pensar. Aquí se construye la buena vida.



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