Y mientras enroscaba y enroscaba el hilo en la aguja, vuelta tras vuelta, mi mente
se sumergía en un mundo de brillo, de encanto, de movimiento, de color.
Descubriendo cuan creadora soy de mis momentos, pero ¿de cuáles momentos?, de
todos mis momentos, que tal vez gritan por esa recreación, que de forma
espontánea puedo exteriorizar solo al bordar.
Cada trazo con hilo iba levantando mágicamente las vigas en esa invención de
ensueño marino, donde se crea vida, donde la arena son granos de felicidad o tal
vez, ni siquiera arena hay. Donde las algas son mi atractivo más profundo,
representas por esas puntadas, por ese hilo, por esas manos y por mi ser.
Transitar este bordado me hizo reflexionar sobre la capacidad que tenemos de hacer
de nuestra vida el lugar perfecto para habitar, para amar, para aprender, para
agradecer, para revolcarnos de felicidad, para simplemente ser.
Tomar la decisión es saborear la libertar y de esa libertad es en la que quiero
ahondar. Esa libertad de elegir qué color quiero mezclar y cuantas vueltas a ese
nudo francés voy a dar, es permitirse observar el brillo, penetrar en él, entenderlo
también. Es asumir que tan largo pretendo mi bullón, cuantas copas de rosa quiero
en esta ocasión. ¿Feston con relieve o picot?
Y es así como comienzo a entender la magia de existir, de decidir, de errar, de parar,
de soltar, de morir. Y de crear cual es la vida que quiero llevar, sin importar cuan
profundo y oscuro esté, solo yo decido que quiero ver.
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