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Bordado. ¿Femenino?

Texto por cófrade de primer semestre de BAAD: Gabriela Farías





Al comenzar a estudiar la historia general del bordado, se ha discutido sobre la relación entre las mujeres, el bordado y su lugar en la sociedad. Así me he preguntado cómo es que el bordado junto con otras prácticas textiles se fue construyendo como una labor femenina, para ello abordaré brevemente algunas circunstancias clave y el contexto socio económico de la Edad Media hacia el Renacimiento en Europa. El bordado y otras prácticas textiles en el imaginario colectivo se encuentran en el ámbito de lo femenino. Sin embargo, el género y lo propio de éste son construcciones sociales que están relacionadas con la historia de la división del trabajo. Las fuerzas sociales y económicas que categorizaron al bordado, por ejemplo, como un arte doméstico se fueron gestando en el siglo XVI (Parker, 2019).

Para comenzar, es necesario observar cómo es que las mujeres contribuían en la economía como fuerza de trabajo. En la Edad Media, las mujeres trabajaban como herreras, panaderas, cardadoras de lana, carniceras, comerciantes,etc. “En Frankfurt, había aproximadamente 200 ocupaciones en las que participaban entre 1300 y 1500 mujeres” (Federici, 2010, p.49). Las actividades de las mujeres se registraron en los gremios y en las parroquias, en donde trabajaron como iluminadoras, escultoras, entre otras, siendo así trabajadoras como parte de la producción familiar. El gremio de la seda, por ejemplo, era controlado por mujeres y según Parker (2020), en el gremio de pintores de St. John Evangelista en Brujas, se ha calculado que las mujeres integrantes aumentó de un 12 por ciento al 25 por ciento en la década de 1480. Además, en estos gremios como en el del bordado, las actividades no eran exclusivas para hombres o mujeres y en el caso de los bordados tampoco era exclusivo de las órdenes religiosas (Wardle et al., 1970). Desde el siglo XII, monjes, monjas y profesionales se dedicaban a la costura.

En algunos gremios la participación femenina era tan alta como la de los hombres y en el siglo XIV se encontraron mujeres maestras y doctoras. Lo que dio paso a una mayor autonomía, presencia social y política, que en consecuencia tuvo una “reacción misógina violenta, más evidente en las sátiras de los fabliaux, donde encontramos las primeras huellas de lo que los historiadores han definido como la lucha por los pantalones” (Federici, 2010, p.51).

Por otra parte, la jerarquía de las artes no estaba presente, es decir que los medios artísticos en la Edad Media variaban según los usos. Así, se puede observar que convivían los oficios sin una jerarquía ni división. Por ejemplo, entre los objetos producidos para el ámbito eclesiástico, encontramos bordados como el 0pus Anglicanum o trabajo inglés (aunque la técnica se expandió en Europa), realizados con hilos de de seda dorados y plateados. El museo de Victoria y Albert en Londres alberga una gran colección de objetos bordados con esta técnica, en los cuales se puede observar la evolución técnica y artística, además de evidenciar la demanda y comercio en Inglaterra durante tres siglos (Introducing Opus Anglicanum, s. f.).

El trabajo artesanal se valoró en la medida en que los productos se podían exportar a través de los mercaderes que compraban y contrataban a un nuevo proletariado urbano. En Florencia, Siena y Flandes se encontraban cerca de 4000 trabajadores de la industria textil (Federici, 1900) Sin embargo, a pesar de la diversidad de condiciones dependiendo de la región y reino, de manera generalizada, los trabajadores no tenían derechos civiles ni laborales, lo que causó rebeliones en Flandes, Gante, Brujas, Florencia, y otras regiones de lo que hoy es Alemania. En los Países Bajos, después de luchas y resistencias, los oficios dominaron completamente la ciudad (Federici, 2010).

En el caso de Inglaterra, en el reinado de Eduardo II, los gremios se fortalecieron y se crearon compañías dirigidas por hombres artesanos y comerciantes que tuvieron poder debido a su desarrollo económico. Si bien, las mujeres podían pertenecer a los gremios artesanos, entrado el siglo XV tuvieron mayor dificultad para hacerlo debido a las regulaciones más estrictas (Parker, 2019). De esta manera, las mujeres dejaron poco a poco de tener experiencia a través de las formas convencionales de la época, en los talleres del gremio.

Por otra parte, en Italia, Francia y Alemania, oficiales artesanos llevaron a cabo una campaña ante las autoridades para excluir a las mujeres del trabajo ya que resultaban competencia al recibir pagos menores (Federici, 2010).

Durante la época Isabelina en Inglaterra, el bordado, aún no era categorizado como un arte femenino o doméstico, seguía siendo parte de los gremios artísticos y practicado profesionalmente por hombres y mujeres, aunque los cambios gremiales si favorecieron que la práctica amateur se extendiera.

Como consecuencia de estos cambios, en el Renacimiento, las mujeres artistas o con educación artística se encontrarán en la aristocracia. Desde temprana edad, las niñas eran instruidas a través de muestrarios, los cuales en el proceso enseñaban valores como la paciencia, la obediencia y la disciplina (Parker, 2019). En las cortes, por ejemplo, tanto las Reinas como las damas sabían leer y escribir en más de un idioma, cantar o tocar algún instrumento, dibujar o pintar y desde luego bordar.

Asimismo, las reformas en la producción artesanal terminaron con los bordados producidos a gran escala en los conventos y monasterios, dando paso a un mayor auge en lo doméstico, con lo que también se observa una separación de las esferas públicas y privadas. Si anteriormente el espacio de trabajo, el taller, se encontraba en la casa ahora el hogar tiene otra función distinta a la del trabajo (Parker, 2020).

Así, durante el Renacimiento, existieron cambios en la participación de la mujer en el arte y la vida económica, por ejemplo, Leon Battista Alberti (1437) en el tratado De la Familia describe a la esposa como:

Modestia y honestidad, fueron las virtudes en mi mujer sobre todas las demás, y no podría decirte con cuánta reverencia me responde. La madre me dijo que le había enseñado a hilar y coser, y ser honesta además de obediente, que de mí aprendería con gusto a manejar la familia así como lo que a mí me pareciera comandar enseñarle[1] (Alberti, 1994, p.239)

Más adelante en el texto también se lee que la mujer debe vivir en la quietud y tranquilidad de su casa. Así, los atributos deseables en una mujer son la obediencia y la dedicación a la familia y a las labores domésticas. Además, el deseable conocimiento de bordado no sólo evocaba la feminidad sino también la nobleza, ya que como se mencionó anteriormente la educación de las artes era parte de la formación de las mujeres aristócratas.

Sheila Rowbotham describe cómo todos los cambios mencionados afectaron la vida de las mujeres: tanto que el arte se capitalizaba, las esposas de los comerciantes dejaron de trabajar en el negocio y el mundo externo se convirtió en un espacio exclusivo para los hombres, mientras el mundo de la familia y el interior del hogar se convirtió en el espacio femenino (Rowbotham, 1972). En el siglo XVI las mujeres recibían un tercio del salario masculino a diferencia de un siglo anterior en el que recibían la mitad del sueldo de un hombre por el mismo trabajo (Federici, 2010).

En lo doméstico, el bordado y otras técnicas textiles se convirtieron en el trabajo no pagado de las mujeres, quienes fueron responsables del acondicionamiento del hogar con cortinas, manteles, sábanas, pañuelos, cojines, mobiliario decorado, etc. Así, las artes domésticas, se consideraron como virtuosas ya que aseguraban que las mujeres permanecieran en casa.

De esta forma, ya para el siglo XVIII, el conocimiento textil era parte importante en la vida de las mujeres ya que ocupaba su tiempo y las alejaba del escándalo, así fueron reducidas a no-trabajadores. Sin embargo, el bordado era una parte de la educación que quedaba a cargo de las mujeres y se transmitía de madres a hijas (Mainardi, 1978). De esta forma, se empezó a construir el estereotipo de lo femenino en relación al trabajo doméstico y la aparición de la ama de casa en el siglo XIX.

Según el análisis de Silvia Federici (2010), las actividades realizadas por mujeres como no-trabajo, se convirtieron en recursos disponibles para todos, así “en el nuevo régimen capitalista las mujeres mismas se convirtieron en bienes comunes, ya que su trabajo fue definido como recurso natural, que quedaba fuera de la esfera de las relaciones de mercado” (p.148). Ante esta situación, las mujeres quedaron sujetas al salario masculino, lo que la autora llama patriarcado del salario, por el cual se crea una jerarquía en la que el hombre es supervisor del trabajo no pagado de la mujer con el poder de disciplinar (Federici, 2022).

En ese contexto, la familia es el centro para la reproducción de la fuerza de trabajo. Por ejemplo la familia de los artesanos dependían de esto para que tanto la esposa como los hijos ayudaran con el trabajo que tenían que entregar a los comerciantes, no obstante, era el hombre quien recibía el pago.

Después de las luchas obreras entre 1830-1840 y las enfermedades que diezmaron a la población, fue necesario contar con una mano de obra disciplinada y constante lo que llevó a formar la familia nuclear como base de la fuerza de trabajo. Así, el trabajo doméstico de las mujeres representó y representa un servicio a los que reciben un salario, puesto que los mantienen física, emocional y sexualmente, para estar prestos para el trabajo de cada día (Federici, 2022).

En consecuencia, las prácticas textiles, que incluyen bordar, tejer, coser, se desempeña por mujeres en la esfera privada y como se mencionó anteriormente sirvió para disciplinar y educar en la obediencia y en los valores de cada época construyendo un estereotipo de lo femenino y buena mujer ama de casa.

Referencias

Alberti, L. B. (1994). I libri della famiglia. Einaudi.

Federici, S. (2010). Caliban y la bruja, Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Traficantes de sueños.

Federici, S. (2022). EL PATRIARCADO DEL SALARIO (1.a ed.). Traficantes de sueños.

Harris, A. S., & Nochlin, L. (1976). Women artists, 1550–1950 by Ann Sutherland Harris (1976–05-03) (1st ed.). distributed by Random House.

Introducing Opus Anglicanum. (s. f.). Victoria and Albert Museum. Recuperado 12 de marzo de 2022, de https://www.vam.ac.uk/articles/about-opus-anglicanum

Mainardi, P. (1978). Quilts, the Great American Art. Miles & Weir.

Parker, R. (2019). The Subversive Stitch. Bloomsbury Academic.

Parker, R., & Pollock, G. (2020). Old Mistresses: Women, Art and Ideology. Bloomsbury Academic.

Rowbotham, S. (1972). Women, Resistance and Revolution: A History of Women and Revolution in the Modern World. Random house.

Wardle, P., Museum, V. A. A., & Victoria and Albert Museum. (1970). Guide to English Embroidery. H.M. Stationery Office.




[1] Traducción propia del texto en italiano


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