Creación, bordado y dinero.
No hace mucho que empecé a bordar, apenas unos cinco años. Sin embargo, desde el primer día en que me comprometí con una pieza manufacturada a través de hilo y aguja, no he podido dejar de hacerlo. El lienzo permite desatar la creatividad. ¿Por la concentración que requiere construir con la aguja, por la repetición que se adquiere para producir, por el contacto táctil con los materiales, porque requiere de una respiración rítmica? Desde mi experiencia, por todas estas razones, porque aquí encuentro un espacio de silencio.
Hasta hace poco me empecé a plantear el bordar como una actividad que pudiera tener una remuneración económica. Quizá porque soy arquitecta y ese aspecto necesario lo cubro a través del diseño y producción de espacios para habitar, sin necesidad de pensar en el bordado como el medio para obtener ganacias económicas. Sin embargo, es tal la afición (o adicción) que esta actividad produce, que últimamente me he preguntado ¿qué significaría transformar este hobby en una actividad profesional? Entonces empecé a buscar ejemplos cercanos y no tanto, de personas que así lo han hecho. Les dejo un recuento de dos historias:
En marzo tuve la oportunidad de entrevistar a dos bordadoras Guatemaltecas, Nancy y, su madre, Elsa. Ambas provienen de una comunidad maya denominada Mam, del municipio de Quetzaltenango, del pueblo de San Juan Chiquirichapa. En esta comunidad, tradicionalmente, las mujeres son bordadoras. Originalmente, la razón principal de hacerlo era para tener con qué vestir. Sin embargo, muchas de ellas se volvieron expertas en la producción textil y de bordado y, empezaron a hacerlo para vender. A pesar de que las piezas que estas comunidades crean son de una calidad excepcional, el origen humilde de sus habitantes y las diferencias culturales con los grupos sociales que tienen poder adquisitivo, han provocado que el valor de mercado de esta producción sea muy bajo. Ha sido necesario que profesionales de la moda se acerquen a las bordadoras mayas para incluir sus bordados en indumentaria que pertenezca a los cánones de moda occidentales. Estas piezas se venden a altos precios y, tristemente, las bordadoras que las producen siguen siendo mal pagadas por ello. Ambas, Nancy y Elsa, tienen otra actividad profesional. Bordan por el placer de hacerlo, como una actividad que les permite estar en silencio.
Carlos Arias es un artisa chileno que radica en la ciudad de Puebla, en México. Es graduado en Artes Plásticas por la Universidad de Chile. Aunque inicialmente se dedicó a la pintura, a partir de 1994 decidió dejar este medio de producción artística para, en cambio, “dedicarse al bordado como una opción de reflexión conceptual en la labor manual” (Arias, semblanza). A partir de este momento, ha desarrollado un sinuumero de piezas bordadas. Muchas de ellas de gran formato y otras que se van construyendo en el tiempo. Su producción artística es principalmente textil. El valor de sus piezas parte de los 10,000 USD. Sin embargo, esto no quiere decir que todas se vendan y que este artista sea un hombre rico. Carlos también es profesor en la Universidad de las Américas y, aunque es muy probable que parte importante de su ingreso provenga de su producción artística, sin duda requiere de la labor docente y de importantes apoyos artísticos para sobrevivir.
No cabe duda que bordar para vivir es una frase que se puede leer desde diversos puntos de vista. Bordar para que el alma viva, sin duda es una experiencia compartida entre muchos bordadores. Al menos, la puedo identificar claramente en las historias que acabo de relatar, porque estos bordadores, en el acto de hacerlo, encuentran un espacio en el que pueden comunicar, crear y dialogar a través de este lenguaje profundo. Sin embargo, bordar para que viva el cuerpo, para alimentarlo, resulta un poco más complicado. Desafortunadamente, esta actividad cotidiana y mecánica que se ha practicado en todas las culturas y, me atrevo a decir, en todas las familias, ha sido demeritada precisamente porque se piensa que cualquiera lo puede hacer y que el valor intelectual que requiere producir textiles es muy bajo. Aunque yo estoy en total desacuerdo con esta idea, es una realidad con la que la mayor parte de la población mundial, consciente o inconscientemente, concuerda.
Entonces, no cualquiera puede bordar para que el cuerpo viva. Se requiere de alta especialidad y de una estrategia de mercadotecnia para hacer de la producción bordada un medio que permita la subsistencia física del cuerpo. Se requieire de profesionalizar la práctica textil y bordada, de especializarse en ella, de sofisticar las técnicas, como se ha hecho también en muchos ámbitos artísticos y culturales. Se necesita valorizar a las distintas producciones textiles, sobre todo a las que involucran siglos de tradición y cultura. Dejar de ver al bordado como un elemento ornamental que embellece una prenda y que se compra y vende (una perspectiva occidental) y comenzar a entenderlo como el medio a través del cual viven el alma y el cuerpo - una perspectiva de creación textil pre hispánica en el caso de Latinoamérica, pero también oriental y africana. Me puedo imaginar talleres de bordado encargados de producir piezas para gobiernos, instituciones y empresas, donde cada uno de los artesanos recibe una remuneración económica similar a la de un profesor, un arquitecto o un abogado. Porque revalorar una actividad que permite desatar la creatividad, construir cultura y liberar el alma, es tan importante como todas las demás.