En un mundo que corre y corre, donde el estrés se enreda en los días como un hilo invisible, es necesario encontrar pausas, remansos donde el alma pueda respirar. El bordado, con su ritmo paciente y sus hilos que dibujan pensamientos, se convierte en un refugio, un lenguaje silencioso de calma y expresión.
Cada puntada es un latido acompañado, un instante de concentración plena que nos devuelve al presente. La repetición de los movimientos, el deslizar de la aguja entre los hilos de la tela, crea una danza que serena la mente y tranquiliza el corazón. Como una brisa suave, la ansiedad se disipa, los pensamientos encuentran su cauce y la atención se enraíza en lo tangible. Es un arte que susurra en silencio: respira, siente, avanza.
El bordado es un espacio donde las emociones se entrelazan con los colores y las formas. A través de cada hilo, la tristeza se tiñe de azul, la alegría resplandece en dorado, la esperanza se expande en verdes suaves. La mente descansa en este lenguaje visual, encontrando en el acto de bordar un ritual sanador, un amuleto contra el desorden interno.
Se ha convertido para mí, en un refugio íntimo, un espacio en el que puedo expresar mis emociones con la ayuda de la aguja e hilo. Cuando mi mente se siente saturada, cuando la ansiedad amenaza con desbordarme, me aferro a la tela y comienzo a bordar. Con cada puntada, los pensamientos inquietos se acomodan, la angustia se disuelve y mi respiración se vuelve más pausada. Es un diálogo silencioso entre mis manos y mi alma, donde el hilo traduce lo que a veces no puedo decir con palabras.
El bordado es más que un arte o una habilidad: es un acto de amor propio, una pausa intencionada en medio del caos. En cada hilo que cruza la tela hay un instante de calma conquistada, una forma de recordar que, incluso en el enredo de la vida, siempre podemos encontrar belleza en cada puntada.
Un espacio para respirar y sentir... para recordarnos que necesitamos abrazarnos para seguir... gracias por esta pausa para continuar.