
El primer viernes todo comenzó bien, parecía un día normal, incluso agradable. Pero de pronto, todo cambió: mi gatito, con apenas un año de vida, murió en mis brazos. Grité, lloré, me hice mil preguntas. Esa noche me metí a bañar y simplemente no podía dejar de llorar.
El segundo viernes, todavía con el corazón dolido, me dieron la noticia de que una prima muy cercana —de mi edad— había fallecido. Otro golpe inesperado. Y como si la vida quisiera confundirme más, al día siguiente se casaba una de mis sobrinas favoritas. Era un momento de alegría, pero mi alma estaba rota.
Quizá te preguntes por qué empiezo hablando de esto, si el tema de hoy es el estrés, el TDAH… y el bordado. Justamente por eso. Porque en medio del caos emocional, el bordado se volvió mi refugio. Y aquí te cuento por qué.
Después de vivir todo esto, debo decirles que algo que me ayudó profundamente fue bordar. Decidí hacer un bordado de mi gatito, y desde el primer paso —buscar la foto, trazar el boceto, elegir la paleta de colores— sentía que poco a poco comenzaba a respirar mejor.
Cada puntada era una forma de volver a mí. Mi corazón, roto, se sincronizaba con mi respiración. En ese momento tan oscuro, bordar fue lo único que me hizo sentir un poco más en paz.
Me sentía perdida. Culpable por no haber llegado a tiempo al veterinario. Pero me dijeron algo que, aunque duro, me ayudó a soltar: “Aunque hubieras llegado, no habrías podido hacer nada. Una trombosis se la llevó en menos de 20 minutos.”
Después de recibir la noticia del fallecimiento de mi prima, seguí bordando. Esta vez, comencé a hacer unos muestrarios con las iniciales de mi sobrina, que estaba por casarse. Y otra vez, el bordado se convirtió en una forma de sostenerme.
Con cada puntada, mi mente se iba calmando. Mi cerebro, que normalmente es una tormenta de pensamientos, empezaba a encontrar orden, pausa. Sentía cómo el estrés se disipaba poco a poco, cómo esa sensación insoportable —como si me caminaran hormigas por la cara— se hacía más llevadera.

En una revista leí algo que me resonó profundamente. El Dr. Tim Cantopher decía que cuando somos bondadosos, nuestra salud mejora y somos más felices. En cambio, una persona cruel o desagradable termina aislada y vacía. Esa frase me recordó que la bondad también debe empezar con uno mismo. Ser considerados con lo que sentimos, no exigirnos tanto, no hablarnos con dureza. Como dice Marcos 12:31: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” (¡Despertad! Número 1 de 2020)
Por eso quise incluir esta reflexión. Porque bordar también puede ser un acto de bondad: hacia nosotros, cuando nos damos el tiempo y el espacio para sanar, como hice con el bordado de mi gatito; y hacia los demás, cuando creamos con amor, como las letras para mi sobrina.
El bordado, más que una técnica, se ha convertido para mí en una forma de respirar, de sanar, de vivir… y de ser feliz.
Sin contrastes, la vida simplemente no sería vida.
La lectura me atrapó desde las primeras líneas, llegando a mí un sinnúmero de recuerdos encontrados. Sin duda el bordado -o lo que te apasione-, es la mejor medicina para sanar emosiones, orar reconforta el espíritu y solo nos queda la esperanza de que vendrán mejores tiempos. Ver hacia adelante... vivir nuevas experiencias y levantarse cuantas veces sea necesario.
El hilo como sostén, como aquello que va tejiendo un algo, un algo tan importante como un sentido. La creación en soledad de una comunidad que va más allá que solo las personas. Muy significativo texto. Muchas gracias.
Súper bonito, me encantó muchísimo. Muy inspirador.